¡Ojos
que a la luz se abrieron
un día para, después,
ciegos tornar a la tierra,
hartos de mirar sin ver!
A. Machado
Estamos
asistiendo a una de las mayores crisis migratorias de la historia de la humanidad. Desde hace 5
años, el conflicto de Siria ha acabado con la vida de más de 230.000
personas según el Observatorio
Sirio de los Derechos Humanos, Osdh. La población se ha visto obligada a
huir del país buscando un futuro que no es posible en Siria. La mayoría de
refugiados se encuentran en los países limítrofes, pero otros, en una proporción muy inferior, llegan
a Europa. La muerte del niño Aylan Kurdis ha “removido conciencias”, pero a
pesar de lo desgarradora de la imagen de su muerte, necesitamos hacer un
análisis de lo que estamos “viendo” o de lo contrario solo estaremos mirando.
La guerra en Siria mostró cómo un
país que había estado en una oscuridad informativa casi total, se convertía en
el mayor productor de información sobre los terribles acontecimientos que se
estaban desarrollando desde que en 2011 se produjera el levantamiento popular
contra el gobierno de Bashar al-Asad. Se levantó en YouTube la prohibición de
difundir imágenes violentas para constatar el momento histórico que se estaba
viviendo, sin embargo, no se hizo nada en aquel comienzo como nada se hace ahora. Si la imagen de Kim
Phuc[1]
ayudó a que finalizara la guerra de Vietnam, la del niño Hamza al-Khatib, torturado y asesinado
bajo custodia policial en Daraa en 2011, no sirvió para que el mundo entendiera
la necesidad de detener el régimen de Asad. Hemos llegado a un volumen tal de
información que lo importante se pierde entre miles de contenidos de todo tipo
carente de análisis, debate o finalidad crítica. Y por otro lado, de una foto a
la otra, ha pasado mucho tiempo en el que la población humana ha sido expuesta
a sobrecogedoras imágenes modificando su tolerancia al sufrimiento.
No
vemos todo el mundo que nos rodea. Lo que no está a nuestra vista inmediata lo
conocemos a través de los medios de comunicación. El mundo que hay más allá de
nuestra casa, de nuestra ciudad, de nuestra región, allí donde no estamos para
conocerlo con nuestros propios ojos y percibirlo tal y como nuestra mente lo
podría concebir -con su análisis pormenorizado o simple según nuestro
intelecto- está el fino ojo de cristal de un medio comunicativo. Internet,
radio, prensa escrita, televisión nos “muestran” el mundo, pero no el mundo que
es o que pueda ser y ese es el error que cometemos. Pensamos que lo que nos
enseñan es, que lo que leemos es, que lo que escuchamos es. Lo que nos debaten
en largos programas de televisión es y lo que debemos pensar sobre ello, sin
darnos cuenta, se asienta en nuestra mente de sutil manera. Los medios de
comunicación tienen un gran poder.
Si bien podemos pensar que Internet es una plataforma donde no
solo nos llega información de medios profesionalizados con intereses económicos
que manejan la información según necesitan, también es lugar para que
cualquiera sea productor, además de consumidor de información, y es aquí donde
podemos encontrar un atisbo de libertad. En medios como la televisión,
hegemónico poder comunicativo, los intereses de las corporaciones empresariales
a las que pertenecen las distintas cadenas establecen lo que es importante,
real y trascendente descartando, ocultando o manipulando el resto de
información que no entra a formar parte de sus estándares de producción
informativa, pero, ¿cómo pueden los medios de comunicación manejar un volumen
de receptores tan grande?
Partimos de un concepto muy arraigado entre nosotros, Aldea
Global. Este término atribuido a McLuhan, hace referencia a la
interconectividad humana a nivel mundial, a través de los medios de
comunicación. La velocidad de las comunicaciones es lo que provoca una
transformación de la sociedad que terminaría transformándose en una aldea. Esto
es: cada individuo conocería a otro en cualquier parte del mundo,
interrelacionando con él a tiempo real. El mundo se transformaría en un lugar
donde todos ven a todos y saben de todos.
Esto provoca una homogeneización de las sociedades. Todas siguen o
pretenden seguir un modelo social y cultural predominante, transformándose en
procesos evolutivos de sociedades al servicio de un modelo económico que se
disfraza de identidad social. El concepto de “Sociedad Mundo” encierra una
homogeneización política y económica. Donde vemos libertad de información, en
realidad lo que debemos ver es un control de un país hegemónico sobre el resto
de países. La información no es igualitaria, unos medios tienen un poder mayor
que otros, y estos últimos suelen reproducir el mensaje que los primeros
ofrecen para seguir obteniendo beneficios económicos.
Pero siguiendo a Bordieu en
Pensamiento y Acción, ¿qué es lo que realmente está en su poder? Entre las
cosas que dependen de ellos figura el manejo de las palabras ya que a través de
ellas producen ciertos efectos y ejercen una violencia simbólica. Por lo tanto,
controlando el uso de las palabras pueden limitar los efectos de dicha
violencia que imponen volens nolens (queriendo, no queriendo). Se trata de una
violencia que se lleva a cabo en y por el desconocimiento, que se ejerce tanto
mejor cuanto menos se enteren de ello el ejecutor y la víctima. Un ejemplo, en
palabras de Robyn Quin,
los estereotipos se crean como repuesta a una amenaza percibida por lo menos
contra el grupo dominante social. Un estereotipo se crea cuando una serie
limitada de símbolos se representa repetidamente como algo típico del grupo, son
creados por los grupos de poder para desacreditar otros grupos y sacar beneficio
de ello y están cimentados en características reales pero negativizadas. Las
características de un estereotipo son elegidas de entre una lista de
posibilidades y la veracidad o falsedad del estereotipo radica en la distorsión
que resulta al seleccionar determinados rasgos y no otros.
Si no podemos ocultar algo, al
menos podemos destacar sus características negativas para que sea rechazado,
manipulando así la idea que sobre ello podríamos tener si tuviéramos acceso a
todas las nociones que caracterizan ese algo. O al contrario, en una acción
completa, solo destacar aquello que nos favorece dejando de lado lo que no lo
hace. No se miente, pero al ocultar parte de la información estamos manipulando
a nuestro receptor. Si tomamos de nuevo el conflicto sirio, Alemania, después
de varios episodios xenófobos o insolidarios, deroga
el acuerdo de Dublín por el que se reenvía a los peticionarios de asilo a los
países por donde entraron a la Unión Europea y aceptando la entrada al país de
800.000 refugiados, el 1% de su población total. Sin duda un gran gesto
solidario, pero días después, Merkel y Hollande se
reunieron en Berlín insistiendo en la necesidad de la apertura inmediata de
centros de acogida para refugiados en Italia y Grecia, para que puedan ser
registrados según las medidas que estipula el protocolo de Dublín. También hay que detallar que esta derogación
del protocolo de Dublín solo lo hace para los refugiados sirios, pero para
ninguna otra persona que provenga de otro país
en conflicto.
Volviendo a la aldea global de McLuhan, la
interconectividad del mundo a través de vías de información va acompañada del
control de la información que recorre esas vías. Lo que conocemos no es baladí,
y sí fruto de un largo proceso de adoctrinamiento. Somos testigos de muertes en
directo sin que ello produzca ninguna consecuencia sobre las circunstancias que
las provocan. La muerte del niño Aylan no es la primera de un inmigrante en las
costas del Mediterráneo, ni siquiera la de un niño sirio ahogado intentando
cruzar de Turquía a Grecia. Qué hace que sea esta “la imagen” y no la de otro
niño, por qué es más importante esta que la del camión con 71 muertos, entre
ellos 4 niños. En realidad no lo es, ninguna muerte es más importante que otra,
solo que en esta ocasión tiene un nombre y una historia que contar.
Las imágenes no son solo imágenes sin más, llevan consigo
una información que ofrecernos, sin embargo, somos víctimas de un largo proceso
de deshumanización y nos hemos acostumbrado a ver niños mutilados, mujeres
asesinadas, ciudades arrasadas sin, por desgracia, inmutarnos. Nos hemos
acostumbrado a ver el horror como algo cotidiano y normal. Por supuesto que hay
mucha gente que sigue horrorizándose al verlas y lo que es mejor, gente que tras verlas hace algo desde su pequeño
lugar en el mundo para remediarlo, que
es lo importante. Pero por lo general, exclamamos una palabra de desagrado, tristeza, rabia, desolación que ya empiezan
a sonar huecas y sin sentido.
En el caso de Aylan, este niño tiene un nombre, una
historia y en un principio, como podría haber ocurrido con su compatriota Hamza al-Khatib, puede cambiar el curso de los
acontecimientos como ocurrió con Kim Phuc o por el contrario, convertirse en
una historia triste que servirá para que muchos medios de comunicación escriban
el momento más conmovedor, hagan la foto más desgarradora o nos cuenten la vida
de su familia antes y después de la guerra: otro producto televisivo más.
Porque eso es lo que hace la televisión como nos decía
Foucault. Puede que creamos que hay muchas cadenas de televisión, pero todas
repiten un mismo producto televisivo. Una serie policiaca, un debate político,
un programa del corazón. Una de esas cadenas elabora un programa determinado y
el resto hace propuestas similares con distinto nombre y así, la oferta se homogeniza
en un trasfondo de gran concentración de grupos de comunicación. Si las
primeras imágenes de Siria llenas de muerte y destrucción, que traspasaron una
línea roja sobre lo que es o no emisible terminaron por rodar por la red sin un
debate crítico de la situación, la historia de Aylan puede correr la misma
suerte.
Huxley
en Un mundo feliz, nos mostraba como John se refugiaba en un faro cuando no le
permiten vivir en una isla con Helmholtz, azotándose y privándose de comida
para limpiarse de los horrores de la civilización y cómo al ser descubierto por
unos periodistas, se graba su autoprivación haciéndose una película de ella. La
insensibilización al sufrimiento humano hizo que la gente viera emocionante que
un hombre se azotara. No dejemos que nos insensibilicen a nosotros también.
El
mundo al que estamos abocados en una mezcla entre el que creó Huxley, donde la
información es tan masiva que nos reduce a espectadores pasivos con
preocupaciones triviales, consumistas y
superficiales, y la de Orwell, donde la información es procesada previo
visionado, recortando y censurando lo que les interesa. No obstante, parece que Postman tenía razón y
terminará triunfando la visión de Huxley.
Nosotros
creamos la sociedad en la que vivimos. Unos aportan más que otros, otros
simplemente se dejan llevar por lo que les dicen, y eso también es crear
sociedad. Toda sociedad busca la supervivencia en sus modos y costumbres, pero
modificarlas no es acabar con ella, sino una ocasión para mejorarla. Ninguna
sociedad es perfecta ni debe ser homogénea, porque la homogeneidad siempre
obedece a un criterio concreto-raza, religión, economía, política- y solo será válido el criterio que decida un
sector social. Si aprendemos a ver además de mirar, tendremos la posibilidad de
decir cómo queremos que sea nuestra sociedad, analizarlo y ponerlo en práctica.
Sonia Hidalgo
Referencias
McLuhan,M. Y Powers, B. R. (1989/1985). La aldea global.
Transformaciones en la vida de los medios de comunicación mundiales en el siglo
XXI. Barcelona. Gedisa
Bordieu, P (2002) Pensamiento y Acción. Buenos Aires. Libros
del Zorzal
Huxley A. (2000 ) Un
mundo feliz. Barcelona. Plaza y Janés, DeBolsillo
Orwell, G. (2007) 1984. Espasa
Convención sobre el
estatuto de los refugiados
Siria y las líneas
rojas
La avalancha de
refugiados saca lo mejor y lo peor de Alemania
Alemania facilita la llegada de refugiados sirios a su territorio
Imágenes
[1] El 8 de
junio de 1072, Kim Pbuc fue víctima de un ataque por Napalm por parte de las
fuerzas estadounidenses. Salió corriendo de la población quitándose las ropas
quemadas. En ese momento, Nick Ut inmortalizó el momento considerándose esa
fotografía como lo que provocó el fin de la guerra aunque la retirada de las
tropas ya estaba avanzada.
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