“El mundo ha
cambiado, decimos a veces. Lo hemos dicho siempre.
Pero ahora cambia más
deprisa. Algo le ha ocurrido al tiempo”.
La Torre Oscura.
“La vida es corta, corta y fugaz”
Anónimo.
Pero en realidad no deberíamos hablar
tanto de tiempo en antropología como de temporalidad, definida como la
interpretación del devenir humano que hacemos en base a nuestra cultura. El
tiempo como fenómeno es intrínseco a todo ser humano, pero la temporalidad a
demás de ser intrínseca se carga de interpretación de base cultural al depender
de la propia experiencia del sujeto en un contexto determinado. Y esto es muy
importante tenerlo en cuenta porque de lo contrario, que es lo que suele pasar,
reducimos a una sola interpretación el concepto de tiempo tanto si hablamos del
fenómeno como de su interpretación. Para definir las nociones de tiempo de un
grupo cultural es necesario hablar de temporalidades. La concepción del tiempo lineal, es
una temporalidad hegemónica que ha establecido occidente y que da como válida y
única su propia interpretación, dando como no válidas otras interpretaciones
que nos se ajusten a sus preceptos. Estas serían las temporalidades no
oficiales que son propias de otros grupos socioculturales que la antropología
conoce gracias al conocimiento etnográfico.
En física un segundo es 1.192.631.700
ciclos de frecuencia asociada con la transición entre dos niveles de energía
del isótopo cesio 133, bastante específico sin duda. Pero a nivel psicológico,
cuantificar en unidades de tiempo es algo bastante más complejo. Es por esto
que aunque la velocidad externa de los sucesos es un ejercicio objetivo, la
percepción de la duración es subjetiva. Si dos personas están viendo un
espectáculo que dura una hora y a uno de los dos le encanta lo que ve y al otro
no, al primero la duración le parecerá menor a una hora mientras que para el
segundo la duración habrá sido mayor. Cuando registramos esos sucesos en la
memoria la velocidad de los mismos se adecuará a la percepción que tuvimos
cuando se produjeron. Si alguien nos pide que calculemos periodos de tiempo
cortos, puede que lo hagamos más o menos de manera aceptable pero si nos piden
periodos largos comentemos grandes errores al respecto. Si en occidente no
tenemos relojes para medir el tiempo, pocas personas serían capaces de
determinar que ha pasado un día con un margen de error pequeño.
Pero esto no siempre es una falla. Una
de las primeras tareas del Zen es experimentar de forma correcta el aquí y el
ahora de manera que parezca que el tiempo se ha detenido. Los maestros de artes
marciales desarrollan esta habilidad de manera que pueden ralentizar la
percepción de los movimientos del contrario y actuar en consecuencia para
obtener la victoria. Sin duda, ralentizar la percepción, nos da paso a apreciar
muchos más detalles a nuestro alrededor.
Pero ocurre que el tiempo también nos
parece muy largo cuando nos aburrimos, en este caso el retardo del tiempo no
está bajo nuestro control, no es nuestra intención que ocurra así. El tiempo
tanto externo como interno es lento y lo percibimos como algo desagradable.
Cuando queremos ir rápido, más lento parece que nos movemos, un trayecto al
hospital en una urgencia se nos antoja eterno. Y por otro lado, la falta de
variedad en los sucesos que nos rodean, hace que el tiempo también sea más
lento, esto claro está en nuestra cultura occidental donde somos adictos a los
cambios rápido.
En un momento de la historia
comprendimos que nos era indispensable una máquina que midiera exactamente el
tiempo y eso ocurrió a través de varios factores socioeconómicos y psicológicos
y con una comercialización agresiva. Antes, las citas importantes se regían por
momentos concretos del día como el amanecer, de ahí que al amanecer ocurrieran
sucesos históricos como batallas, duelos o grandes reuniones.
No obstante, eso no quiere decir que
no hubiera relojes naturales. En Egipto contaban con el nilómetro, los luval en
Zambia dividen el año en doce periodos heterogéneos en base en el clima y la
vegetación, en Borneo los vahan lo hacen en ocho periodos. En occidente
seguimos pensando que el tiempo que nos afectaba estaba relacionado con los
ciclos naturales hasta que esa relación con la naturaleza se modificó y
comenzamos una relación productiva diferente donde lo que pasara en la
naturaleza no tenía una gran influencia en las actividades humanas. Apareció la
revolución industrial e hizo que fuera necesaria la estandarización del tiempo
y el uso del reloj de forma extendida.
El ritmo de la vida es el movimiento
del tiempo tal y como la gente lo experimenta. Pero además debemos añadir otro
concepto rescatado del lenguaje musical, el tempo. Este concepto es cualitativo
e indica una acción subjetiva u orientativa de cómo ejecutar la pieza. En el
tiempo humano es igual, aunque todos tenemos el mismo tiempo, la interpretación
del mismo es diferente incluso en la misma cultura puesto que depende del
propio individuo, de su contexto y de la tarea que realice. También hay varios
factores que influencian a los grupos sociales a moverse más rápido o más
lento. Robert Levine concluía en Una Geografía del Tiempo “Las personas son más
propensas a moverse con mayor rapidez, en lugares con economías vitales, alto
grado de industrialización, grandes poblaciones, climas más fríos y orientación
cultural hacia el individualismo.” Cuanto más sana es la economía de un país,
más rápido es el tempo, es decir, hay una gran conectividad entre el tempo y la
economía.
Es una paradoja el hecho de que
cuantas más creaciones hemos hecho para ahorrar tiempo hemos conseguido menos
tiempo libre. Por ejemplo henos creado más maquinas para la limpieza, pero al
mismo tiempo hemos elevado el concepto de higiene, por lo que mantener esos
estándares implica un mayor tiempo para dejar los espacios casi asépticos. En
palabras del antropólogo Marvin Harris
con respecto a los aparatos caseros modernos son “dispositivos economizadores
de trabajo pero no ahorran trabajo”.
Entre cantidad de habitantes y
velocidad de movimientos también hay estrecha relación como demuestran los
estudios de Amato, Herbert Wright o Bornstein y con respecto al clima, son más
lentos los países más cálidos según los estudios de Levine y también indica que
las culturas más individualistas son más rápidas que las basadas en el colectivismo.
Por supuesto que dentro de cada tipo
ya sea lento o rápido, hay variables individuales. Dentro de la misma cultura
habrá individuos más acelerados que otros, y suele tener relación con la
percepción de urgencia de tiempo, es decir, el esfuerzo por conseguir el máximo
posible en el menor tiempo. Esto sobre todo lo vemos en las culturas de tipo
rápido. Por lo general, en occidente
tenemos una eterna sensación de estar perdiendo el tiempo, de que no llegamos a
las cosas que nos hemos planteado. Así nos enfadamos cuando el tráfico es
lento, cuando alguien habla con rodeos, cuando los demás no son puntuales,
cuando algo tarda en descargarse, cuando los datos de Internet son lentos…
Y de pronto el mundo cambió. Con la
llegada del confinamiento por la pandemia del SARS- CoV-2 de pronto el tiempo
cambió. Las sociedades postidustriales acostumbrada a vivir frenéticamente en
ciudades altamente pobladas donde el ritmo de vida es más acelerado, aquellas
en las que los horarios son imprescindibles y el tiempo se exprime en pos de
una mayor producción, ahora mantiene a la mayoría de sus ciudadanos en casa. Y
ahora el tiempo es distinto, donde es fácil no saber si es
lunes o martes, si han pasado dos o tres días, la ansiedad de no estar
organizados nos pesa como una losa. El problema de los cambios no es su
profundidad, sino la velocidad a la que se produce. Hemos sufrido cambios a lo
largo de la historia de la humanidad, pero los más traumáticos siempre han sido
aquellos en los que el cambio se ha producido en un breve periodo de tiempo. En
España por ejemplo de un día para otro cambiamos nuestra forma de relacionarnos
con los demás.
Las horas ya no significan lo mismo. Podemos decir que las horas
más allá de un número estructurador del tiempo como magnitud, tienen otros
significados. Las doce de la noche es una hora como otra cualquiera, pero nunca
se nos ocurriría llamar por teléfono a esa hora, la respuesta es lógica,
significaría que algo grave ocurre, pero si sería una hora a la que acostarnos
por ejemplo. Qué pasa cuando el tiempo que usamos ya no se ajusta a esos
significados. Las 8 de la mañana es la hora a la que muchos comienzan a
trabajar pero ahora no pueden y tampoco están de vacaciones porque no pueden
hacer lo que habitualmente hacen en ese tiempo cuando están de vacaciones. De
pronto tenemos mucho tiempo y no sabemos qué hacer. ¿Está bien que nos
levantemos tarde o debemos seguir las rutinas?¿Y qué hacemos a esa hora
entonces?. Nos cuesta organizarnos porque nuestra forma de orientar el tiempo
se basa en una economía productiva donde el “tiempo es oro”. ¿A qué hora está
bien ir a dormir y si no tengo sueño, puedo llamar a las 12, qué puede pasar de
malo si estoy en mi casa?
En occidente nos basamos en la
productividad de manera que al producir y consumir más tenemos menos tiempo. El
tiempo libre que tenemos se convierte en tiempo de consumo puesto que de no
hacerlo se considera una pérdida de tiempo. ¿Entonces qué hacemos ahora con el
tiempo que tenemos si no podemos producir (al menos una gran mayoría) ni
tampoco lo podemos dedicar a consumir?
También hay otro factor a tener en
cuenta. ¿Cómo elevaremos nuestra productividad, ahora y en el futuro puesto que
puede que el virus haya llegado para acompañarnos durante bastante tiempo, si
debemos dedicar un tiempo que antes no dedicábamos a equiparnos para proteger
nuestra salud? ¿Se ampliarán entonces los horarios de trabajo para aumentar la
producción?
Se nos antoja entonces posible
que aquellos que tenían una percepción muy diferente a la que la temporalidad
hegemónica nos había impuesto, asimilaran este cambio en la percepción y uso
del tiempo con menos trauma. O al menos aquellos que bajo esta hegemonía,
tienen un tempo distinto; donde llegar tarde no supone un problema, donde las citas
se producen de una forma bastante relativa en cuanto a la puntualidad como
arrojaban los estudios de Levine en Brasil o India. Quizá deberíamos aprender
de Japón que son maestros tanto en la velocidad como en la lentitud.
En realidad no hay mejor o peor
cultura del tiempo, cada una verá como extraños los protocolos de las demás, no
conocen el lenguaje silencioso que se esconde detrás de los gestos de otras
culturas y por lo tanto incurrirán en errores de interpretación. Eso sí, ante un suceso como el confinamiento
donde el sentido del tiempo ha cambiado de manera brusca, algunas tendrán menos
dificultad para que sus participantes organicen el nuevo tiempo con menos
dificultad.
Sonia Hidalgo.
Bibliografía
HALL, E. T. (1989) El lenguaje silencioso. Madrid. Alianza
Editorial.
LEVINE, R. (2006) Una geografía del tiempo. Buenos Aires.
Siglo XXI editores Argentina.
Ipaguirre,
G., & Ardenghi, S. (2014). Tiempo y temporalidad desde la antropología y la
física. Antropología Experimental, (11). Recuperado a partir de
https://revistaselectronicas.ujaen.es/index.php/rae/article/view/1928
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