Desde la
antropología, podemos ver la política como un juego donde los participantes
acatan unas reglas consensuadas pugnando por conseguir y mantener el poder. Pero es en
épocas de crisis económicas donde verdaderamente podemos ver estos intereses en
pleno movimiento, llegando a poner en peligro la estabilidad social. Este
artículo pretende mostrar brevemente algunas de las posibles consecuencias de
estos juegos de poder.
Decía Bailey que la
política era un juego de reglas acordadas sin las cuales la contienda se
transformaría en simple pelea (Bailey,
1969). Gracias a su teoría del juego no matemático, vimos la política de una
manera diferente a la que hasta ese momento estábamos acostumbrados. Y es que la
caída del estructural-funcionalismo y sus estudios holísticos, que dejaron
definiciones como la de R. Brown sobre la política como acción social
encaminada al mantenimiento del orden, el uso legítimo de la fuerza y la
ocupación de un territorio, dio paso a
una nueva visión del universo social, en donde el foco de atención se centró en
el propio individuo. Pero al margen de la importancia que tenga en sí el cambio
de paradigma si nos fijamos bien, el estructuralismo que se abandonaba
consideraba el sistema como un todo donde sus partes contribuían al mantenimiento del
equilibrio posibilitando el mantenimiento
del sistema. Pero el cambio a un nuevo paradigma donde el foco de atención está
en el individuo, en sus movimientos para maximizar el poder, nos abre las
puertas a un nuevo espacio de consecuencias sobre el conjunto social, que deja
en manos de una élite el futuro actual. Y no es que la visión anterior sobre la
realidad no entendiera que solo unos pocos llevaban el timón de la sociedad
concreta, lo que ocurría es que entendía
que la prioridad estaba en el mantenimiento del equilibrio, viendo el conflicto
como una mera anomalía. Gracias a Glukman comenzamos a ver el conflicto como
algo mucho más importante, base del cambio de paradigma. El mundo no es
estático, sino dinámico.
El dinamismo al que
nos enfrentamos tiene una doble cara. Por un lado propicia los cambios necesarios
para la adaptación social, pero por otro nos deja los rastros de los que se
quedan en el camino, en muchas ocasiones recibiendo las consecuencias de movimientos
que ni propician ni alcanzan a manejar. Es en estos grupos donde se está
generando un conflicto en potencia, fruto de los movimientos políticos en base
a la actual crisis económica
Pero volvamos a
Bailey. El ejercicio del
poder se realiza en base a un conjunto de reglas aceptadas por los
participantes y que varía de una cultura a otra. Estas reglas pueden ser
normativas, que son públicas y se refieren a reglas poco definidas como la
honestidad, y las pragmáticas, no visibles con las que se gana el juego. Este
juego se desarrolla en lo que llamamos arena política.
Esas reglas pragmáticas operan en la
oscuridad de pactos y movimientos que se encaminan a la consecución de
intereses particulares y colectivos. En un entorno histórico de crisis como el
que vivimos, nos llama la atención la aplicación de políticas poco solidarias,
que más obedecen a una pérdida de derechos sociales, laborales, políticos y
económicos, que a una mejora de las condiciones generales que este tipo de
crisis acarrea. Ante estas situaciones, muchas de las medidas se toman bajo la
premisa de que no queda otro remedio pero, ¿Es siempre así?
Echemos la vista atrás y centrémonos en un
momento histórico relevante para esta cuestión. En la época de los 60 comienza
lo que se ha llamado la crisis del estado del bienestar. Se achacó a la crisis del petróleo pero en realidad tiene
causas políticas, ideológicas y sociales. La situación inflacionista que se
generó por la subida de precios y salarios, propició la implantación de
políticas neoliberales con aplicaciones de dinámicas tecnológicas generadoras
de incrementos de tasas de desempleo. De no haberse dado esta situación de
crisis económica, no hubiera sido posible que estas medidas se aplicaran de
manera tan profunda (Tezanos 2001). Este ejemplo nos hace pensar, que la
aplicación de este tipo de políticas que priman la obtención de beneficios, la
mayor productividad y mejor competitividad sin tener en cuenta los efecto
adversos sobre el grueso poblacional, ven su oportunidad en estas situaciones. La
búsqueda desesperada por parte del común de los mortales de soluciones, deja
paso libre a tendencias ideológicas que no siempre miran por el bien común.
En estos juegos de poder, donde las
estrategias se encaminan a la búsqueda de los propios intereses, juegan un
papel importante las corporaciones internacionales, cuyas políticas se basan en
el libre mercado siendo creadoras de organizaciones supranacionales que ponen
en marcha estas políticas mediante vigilancia y coerción. Organizaciones como
el FMI, Banco Mundial, BCE que exige a los gobiernos una reducción del gasto
público sobre todo en aquellas actividades no lucrativas o susceptibles de
producir beneficios ( Bretón 2001). Es más probable que este tipo de medidas se
apliquen en situaciones donde el miedo a empeorar la situación, ya de por si
degradada y que por otro lado está provocada en gran parte por las grandes
corporaciones y entidades financieras, favorezcan medidas de choque que
entrañan cierta cantidad de opacidad y falta de transparencia. Por ejemplo ¿cómo
es posible que la carga de los errores de los grandes bancos la tengan que
pagar los ciudadanos y que en contrapartida estos no hagan fluir el crédito que
tanto se necesita en las medianas y pequeñas empresas? Evidentemente, este tipo
de actuaciones está respaldada por el gobierno de turno que juega sus cartas y
pone en marcha esas reglas pragmáticas con las que ganar el juego, con más
facilidad si además consiguen una
mayoría absoluta con la que gobernar. Esa mayoría absoluta a la que todos
quieren acceder, en muchas ocasiones precisa de movimientos tejidos en la
mentira, en la manipulación y en la falta de escrúpulos, donde no importa
mentir al electorado, aportando contramedidas desde la oposición, faltas de
realismo y que luego se confirman como quimeras que solo sirven para acceder al
poder una vez se instauran en él. Ciertamente la política se convierte en una
enrevesada maraña de movimientos, estrategias, intereses y posicionamientos que
realiza ese Hombre político y el entramado
en el que se desenvuelve.
La antropología estudia la política como esa arena
donde se ponen en marcha todas estas piezas intrínsecamente relacionadas. El
mantenimiento del poder conlleva la creación de redes extensas que relacionan a
todos sus participantes de manera simbiótica. Un movimiento en una dirección,
suele ir acompañado de otros no tan visibles en beneficio de aquellos que
propician el primero. ¿Pero es posible seguir realizando una pérdida de un
estado social inicial más o menos positivo indefinidamente como consecuencia de
la defensa de esos intereses que operan en las sombras? Evidentemente no. Las
sociedades basan su estabilidad en equilibrios conformados por las condiciones
de vida en las que los diferentes grupos sociales se encuentran. Cuando un
amplio sector de la población cae en la exclusión social, los gobiernos
favorecen el blindaje de las clases medias-altas y no realizan políticas
solidarias, se generan situaciones de conflictividad social de difícil tratamiento
puesto que estos colectivos sociales que han caído en la exclusión carecen de
medidas de presión eficaces y plantean cauces de difícil regulación. No hay que
olvidar por otro lado, que la exclusión social no es un estado, sino un proceso
generado por múltiples variables de entre las que destacan el poseer o no un
trabajo y en las condiciones en las que se realiza. Es decir, a la exclusión
social puede llegar cualquier persona y en épocas de crisis económicas donde
las tasas de desempleo son tan elevadas, el peligro de llegar a esta situación
es altamente probable para muchos colectivos.
En conclusión. La política es un
juego, las reglas están claras aunque no visibles para todos. La actual crisis
económica está propiciando una continua pérdida de derechos sociales,
políticos, económicos, laborales que obedecen a políticas poco solidarias, de
tendencia neoliberal y que están más que orquestadas por corporaciones
supranacionales con un papel en las políticas y las economías mundiales mucho
más que significativa. Esos movimientos son parte de ese juego en el que participan todos los actores de una
manera más o menos comprometida, en base a la cantidad de poder que pueden
manejar. La profundidad de esos movimientos y las consecuencias que tienen, se
benefician de momentos histórico-económicos concretos, por lo que podemos
sospechar que sean provocados a conciencia por algunos, para desequilibrar la
balanza del poder en uno u otro sentido.
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